La normalidad y la cuarentena.
Era el 16 de marzo. Aunque en el país se vivía incertidumbre pues estábamos al tanto de las noticias que ahora llegan al instante a la palma de nuestra mano o en un click a nuestra computadora, todos sabíamos que algo totalmente inusual se nos venía. ¿Será que este virus llegará hasta nosotros? Bueno, obviamente nadie entendía a cabalidad lo que la palabra "pandemia" significaba y en realidad no se trataba de si llegaría, sino de cuándo. Pasaban los días y entre el trabajo intermitente que poco a poco se iba diluyendo me acostumbré al silencio. Me puse a pensar qué hacer y no tardé mucho en decidir comprar mi propio equipo y comenzar ocuparme en lo mío. Fue una proeza conseguir una computadora, pero sin ceder a la incertidumbre le di la vuelta a la pérdida para volverla una ganancia. Un mes de espera y listo. Pedía víveres usando el internet de mi teléfono y llegué a pasar 30 días sin salir de mi departamento. Antes iba a mi trabajo en bicicleta; la que para julio ya tenía una llanta desinflada y mucho polvo. Fueron días muy reveladores. Reflexioné sobre muchas cosas: cómo funcionan las empresas, en qué se rige la economía, por qué ante una calamidad este sistema se manifiesta de la manera que lo hace.
Llegó mi cumpleaños, me llamaron mis hermanos, recibí algunas otras llamadas y mensajes en las redes. Siempre he sido algo ermitaño, así que esto de la cuarentena no me ha afectado tanto. Por años he tenido contrato con una empresa de telefonía que me da una buena conexión a internet, pero nunca antes había hecho una video llamada. Ahora es lo usual, a diario. En días anteriores a esta situación, si se me antojaba comer en un restaurante siempre iba a deshoras: nada más abrían o a media tarde, para no encontrar gente. Y no es que sea reacio a la interacción humana del todo, sencillamente me gusta comer con tranquilidad, no entre el bullicio. Sin embargo aunque he sido afortunado y tengo ciertas posibilidades que la mayoría no tiene, me siento agradecido por eso pero más que todo, por poder darme cuenta de ello. Sigo sorprendido ante la falta de empatía de la mayoría. El insomnio me ataca ahora porque pienso en toda esa gente que realmente está pasando por momentos impactantes: perdiendo a seres queridos o la capacidad de poder llevar sustento a sus hogares. Hiela la sangre imaginar esas penurias y lo cerca que también estamos de ellas. No sé donde leí que en este país uno está a una enfermedad seria de caer en la pobreza.
La normalidad a veces vulnera la empatía. Tendemos a dar por sentado lo que nunca nos ha faltado; lo básico pierde su valor significativo y no reconocemos incluso el efecto que un ligero cambio social puede afectar a otras personas que no tienen y nunca han tenido lo que nosotros ya ni siquiera notamos que tenemos. Así se comporta ese tipo de gente que ante las disposiciones que restringen visitar lugares donde hayan muchas personas solo dicen "si no quieren, no vayan." Claro, esa gente no necesita salir, pero otros deben asumir el riesgo de hacerlo o pasar hambre. Hay una increíble desvalorización de aspectos humanos que jamás deberían de pasar a planos tan invisibles. No se puede permanecer tan impávido ante esto, pero siendo consientes de nuestro entorno, hacer algo resulta difícil. Hay que romper las reglas y luchar contra la corriente; es imposible pedirle a un sistema inhumano que se vuelva humano de un día a otro. Un sistema que te valora, te explota o te olvida según la utilidad que le generes. Un sistema que alienta la ganancia y la acumulación desmedida casi sin importar ninguna consecuencia. Un sistema en donde la sociedad está impávida, contemplando sin intervenir. Ejemplos sobran. Por eso hay niños que trabajan, niños desnutridos y ancianos perdidos, olvidados viviendo en la miseria, en la calle, en la ignominia. El trato que una sociedad le da a esos sectores vulnerables como lo son la niñez y la vejez, es un buen indicador del desarrollo que ha alcanzado o le falta por alcanzar.
El mundo es inhóspito, cruel y difícil. Hasta hace un siglo y medio cabría definirlo como salvaje. Basta echar un vistazo a lo que hemos hecho de él para darnos cuenta de que el comportamiento de la humanidad tiene una tendencia a ser bastante decepcionante. Pero también, hay que decirlo, manteniendo un ligero equilibrio que evita el caos hay cierta parte de la humanidad que aún vale el esfuerzo de mantener la esperanza. Inspira. Es mínima, pero allí está. Tampoco se puede negar y ejemplos sobran a la vez. Hay personas despidiendo gente sin pagarle sus prestaciones o haciendo dinero con la necesidad de otras, pero también hay personas preparando comida diligentemente para regalarla en la calle. Que la cuarentena nos abra los ojos a todos. Que no sigamos pensando que la "normalidad" es algo a lo que haya que volver. No. La sociedad debe retomar su participación, jugar su rol, ser protagonista, ser garante de que haya probidad en el gasto público, ser el contrapeso para guardar el equilibrio. Si una sociedad no participa, las élites oscuras tomarán el control completo y nos llevarán al desastre. Hay que superar la normalidad y cambiarla porque no era sana, esa normalidad es el problema.
Fabricio Ocaña.
Fabricio Ocaña.
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